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Todo el mundo pensaba que cuando la nueva nave nodriza de Nintendo aterrizara, el primero en bajar de la misma fuera el embajador italiano. Sin embargo, Switch 2 aún no revela el nuevo Mario 3D bajo su manga, pero sí llegó con un Donkey Kong Bananza bajo su brazo. Con solo ver los tráilers, se podía sentir cómo Nintendo Entertainment Planning & Development Division planeaba una revancha de DK64, el cual fue bien recibido en su momento pero no supo envejecer de forma jugable. Veinticuatro años después, el tercer Kong de la familia propone una aventura parada sobre los hombros de Super Mario Odyssey pero con una mecánica totalmente novedosa: la destrucción total del ambiente. Y por más grandes que sean las manos de DK, el que mucho abarca, poco aprieta. ¿Puede haber un juego en medio de tanto caos?

La respuesta a esa pregunta puede no ser inmediata, ya que acostumbrarse a que cualquier cosa del entorno pueda ser modificada a nuestro entero capricho nos hace sentir por unos momentos como un gorila en una cristalería. Sin embargo, Nintendo ha sabido hacer escuela en tutoriales y esta vez no es la excepción. Una vez dominados los movimientos básicos es cuando el potencial de lo que nos espera por delante comienza a aflorar. Es cuando el juego nos hace asumir con confianza que claramente somos un simio gigante en una cristalería y que justamente lo divertido es hacer catarsis contra todo lo que tengamos alrededor.

Bananza nos pone en la peluda piel de Donkey Kong en un viaje hacia el centro de la Tierra, intentando impedir que unos primates de las bienes raíces encuentren un elemento que puede cumplirles el deseo de terraformar todo como quieran. Asistidos por la niña Pauline, una versión infantil previa a encontrar su voz cantante de la alcaldesa de New Donk City, cada capa en profundidad revelará un microcosmos que se verá afectado de distintas maneras bajo nuestros puños. Respetando y celebrando tradiciones como las de contar con un nivel de fuego, uno de hielo, otro desértico y también uno selvático, Bananza ofrece en cada capa una manera distinta de interactuar con estos elementos, encuadrando la destrucción en forma puzzles y desafíos. Sí, destrozar a tontas y a locas es gran parte de la diversión, pero no todo es arbitrario y sin sentido. Incluso varias situaciones pueden ser resueltas de distintas maneras, adelantandose a las intenciones de los jugadores, como supo hacer Odyssey.

Esto no significa que la aventura de Donkey & Pauline carezca completamente de estructura. La esencia de DK es de collectathon, después de todo, y encontraremos múltiples desafíos opcionales que nos recompensarán con las bananas de cristal, que hacen las veces de lunas o estrellas nintenderas. Mientras que es posible terminar el juego sin agarrarlas todas, a medida que las coleccionemos podremos alimentar un árbol de habilidades que no solo mejorará las aptitudes de nuestro gorila, sino que también potenciará sus distintas transformaciones, lo que le permite mutar en híbridos animales para hacerse camino hacia el centro del planeta.

Estas transformaciones son la fiesta del juego, pero no por eso están libres de falla. Por un lado, todo lo que tiene que ver con adquirirlas y utilizarlas es un disfrute. Las misiones, los jefes, los desafíos para aprender a manejarlas y demás, son la carne del título. Lamentablemente, algunas de ellas —como la de Serpiente, por ejemplo— terminan resultando demasiado genéricas, restando un poco de magia a su utilización. A su vez, la sobrada libertad de control y el excelente diseño de niveles hacen que podamos obviarlas si no las queremos usar, haciendo tambalear un poco la lógica de su existencia.

Sin embargo, más allá de todo su caos que termina siendo más aparente que real, Donkey Kong Bananza innova hasta cuando falla. No por perdonarle todos sus yerros, pero la propuesta termina siendo tan fresca y orgánica que se siente lo suficientemente nueva como para comprender los errores que puede cometer la cámara o los controles de vez en cuando. Como nuevo juego de Switch 2, también hace destacar a la consola. El apartado audiovisual es todo lo que uno espera de la compañía nipona y el poder de procesamiento maneja sin problemas todas las variables que nuestra destrucción introduce. Sumado a eso, el feedback no solo físico – del HD Rumble 2.0 – sino sensorial de la dureza de las superficies, genera un nivel de inmersión que parece postularse como una de las grandes virtudes de la nueva consola híbrida.

Con todo esto, el título termina por brillar más por su propuesta e intenciones que por su pulido final. Mientras que cada nivel parece un parque de diversiones —incluyendo el del parque de diversiones, claro está— la experiencia puede llegar a sentirse abrumadora, tanto como su loop de jugabilidad un tanto repetitivo. Como con las bananas, la mejor manera de disfrutarlas es de a una por vez, para evitar una indigestión. Resta saber si hay una mejor manera de administrar todos los estímulos que el juego ofrece, pero como todo lo que gusta, a veces puede empachar.

Donkey Kong Bananza es la apuesta que nadie esperaba y la que, vistas las cartas, tenía que suceder: un plataformero 3D construido alrededor de la destrucción y un DK expresivo, tan caricaturescamente despistado como adorable, en una aventura que funciona como reinvención del personaje sin perder la herencia de la saga Country ni los aprendizajes del estudio con Super Mario Odyssey. Puede que su argumento siga más una excusa que una premisa, pero la relación tipo Joel & Ellie que DK tiene con Pauline y las referencias constantes a los orígenes de la saga, demuestran que no hay franquicia legendaria que no pueda ser renovada. Mi olfato dice que lo que este título aporta a la industria será algo que se aprecie más adelante en el tiempo, pero el resto de mis sentidos puede asegurar que Donkey Kong Bananza es un juegazo ahora mismo.

Donkey Kong Bananza

Desarrolla:
Nintendo EPD
Distribuye:
Nintendo
Fecha de lanzamiento:
17 de julio, 2025
Disponible en:
Nintendo Switch 2
Versión analizada:
Nintendo Switch 2

«Donkey Kong Bananza es la apuesta que nadie esperaba y la que, vistas las cartas, tenía que suceder.»



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